martes, 18 de febrero de 2014

¿Cambiar o romper la dependencia?

[Vamos! Nº22]  La CELAC se consolidó como un foro regional latinoamericano. Se ha realizado un nuevo encuentro de naciones de América Latina, que muestra una pérdida de influencia del imperialismo yanqui en la región. CELAC: un conglomerado heterogéneo. Los otros imperialismos no pierden pisada. Por Leandro Leiva


Los días 28 y 29 de enero se llevó a cabo en La Habana (Cuba) la 2ª Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Asistieron 31 jefes de Estado y delegaciones de los 33 países que la integran. La CELAC se fundó hace apenas dos años (en 2011) y constituyó la única organización a nivel de toda la región de la que no forman parte los Estados Unidos. Esta Cumbre es una nueva evidencia del retroceso de la influencia del imperialismo yanqui en la región en la última década y media, ante el repudio de importantes movimientos populares y el arribo por vía electoral de gobiernos neodesarrollistas. 

Logros y ausencias
Los dos principales consensos de la Cumbre fueron: la aprobación de la propuesta cubana de declarar Zona de Paz a América Latina y el Caribe, una definición política frente al intervencionismo nortemaericano en especial; y la llamada “Declaración de La Habana”, que enumera los propósitos y declaraciones que discutieron y en los que coincidieron la mayoría de los gobiernos de la región. 
En estos dos años de funcionamiento de la CELAC se constituyó un espacio de diálogo y concertación política de los gobiernos en la región, que algunos identifican como una base para avanzar en el proceso de integración política y económica de América Latina en su conjunto. 
Desde sus inicios la CELAC planteó como objetivo político básico la soberanía política y financiera de la región. En este sentido, una omisión notoria en sus declaraciones es la ausencia de toda mención del imperialismo y de sus socios internos como un factor decisivo en el histórico atraso económico y la opresión política de nuestros países y pueblos. La Declaración de La Habana postula que “para la erradicación de la pobreza y el hambre [en América Latina] es necesario impulsar políticas económicas que favorezcan la productividad y el desarrollo sostenible de nuestras naciones”. Y propone “reducir progresivamente las desigualdades de ingreso” mediante “políticas fiscales progresivas, de creación de empleos formales permanentes”, etc., pero esconde las causas que lo han impedido hasta ahora. 
A la CELAC asistieron 31 jefes de Estado y delegaciones de 33 países latinoamericanos.

Así, en el agrupamiento se formulan diagnósticos y plantean posiciones que ocultan las causas de fondo, estructurales, del atraso y la opresión. La CELAC mantiene una impronta de fuerte contenido antiyanqui, aunque deja abierta la puerta a otros imperialismos en los procesos particulares de cada país que lo integra.

Independencia o nuevas dependencias
Los gobiernos de América Latina y el Caribe afirman que se proponen lograr que sea un territorio libre de colonialismo y consolidar la región como Zona de Paz y libre de armas nucleares: una alusión frente al intervencionismo imperialista en nuestros países, especialmente el yanqui.
La Cumbre aprobó igualmente otros puntos de acuerdo importantes: rechazo al bloqueo yanqui contra Cuba; apoyo a la Argentina en su reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas; solidaridad con el pueblo sirio contra la intervención armada de mercenarios apañados por Washington (pero sin mencionar la intervención de otros imperialismos como Rusia).
Desde el punto de vista económico, la Declaración de La Habana se limita a reclamar una “regulación más estricta y efectiva de las grandes entidades financieras…”. No menciona la histórica y vigente cuestión del latifundio, ni los acelerados procesos de desindustrialización que están padeciendo todos nuestros países, ni la gravísima cuestión de la deuda externa como mecanismo de expoliación imperialista de nuestros países y pueblos. Sólo alude elípticamente a la responsabilidad de las grandes potencias y organismos financieros imperialistas en el endeudamiento perpetuo que nos descapitaliza y empobrece, y termina glorificando “la importancia que han adquirido los flujos de inversión extranjera directa en nuestra región”, causa de la profunda desnacionalización del aparato productivo de casi todos los países latinoamericanos.
Y con esto es coherente la proclamación, por la CELAC, del establecimiento de un Foro  de “cooperación” con China. En los ’90, algo similar se planteó con las potencias europeas. Esto revela hasta qué punto poderosos sectores de terratenientes y de gran burguesía latinoamericanos cambiaron la vieja subordinación al imperialismo yanqui por una nueva “asociación estratégica” con otros imperialismos rivales de los yanquis. Pero lejos de aportar a la independencia y al desarrollo económico y social de nuestros pueblos, estas nuevas dependencias sólo pueden reproducir y profundizar el atraso y la desindustrialización y reprimarización de nuestras economías. Eso es lo que grafica –entre otros muchos ejemplos– que el gobierno kirchnerista haya “invertido” miles de millones de dólares no en la reconstrucción de la industria ferroviaria argentina sino en la compra de centenares de locomotoras y vagones a la industria china.


Qué integración
Es cierto que la conformación de la CELAC revela la crisis del llamado “panamericanismo” –estrategia concebida por EEUU a fines del siglo 19 para imponer su hegemonía en el continente–, y que adelanta ya la partida de defunción de la OEA (Organización de Estados Americanos), a la que el Che bautizó como el “ministerio de colonias” yanqui. Por eso el Departamento de Estado norteamericano puso el grito en el cielo, diciendo que al realizarse la Cumbre en Cuba “se han traicionado los principios democráticos de la región”.

También tiene un sesgo positivo el avance de las libertades democráticas, la consolidación de un cierto espíritu de unidad latinoamericana y la vocación de relaciones pacíficas a escala regional. 

La CELAC y otros organismos como el ALBA y UNASUR son un escalón más del proceso que se aceleró en 2005, cuando la 4ª Cumbre de las Américas señaló el fracaso del ALCA (aunque los imperialistas de Washington lo reemplazaron parcialmente con una serie de acuerdos de “libre” comercio con varios países latinoamericanos y con la conformación de la Alianza del Pacífico entre Perú, Chile, Colombia y México).

Sin embargo, y aunque la CELAC pueda contribuir a la coordinación de los países latinoamericanos para hacer frente a las intervenciones o amenazas imperialistas, todos los que allí se congregan siguen siendo países dependientes, en los que palancas fundamentales de su economía –tierra, petróleo, minería, comunicaciones, industrias manufactureras, etc.– están en manos de monopolios imperialistas de diversas potencias y de sus socios internos. Y las anteriores asociaciones de las oligarquías y las clases dominantes nativas al imperialismo yanqui han ido retrocediendo frente a nuevas alianzas con China principalmente, aunque también con Rusia y otros imperialismos como los europeos  –que así adquieren control y poder de decisión en las economías y en las políticas estatales de nuestros países–.

Una verdadera integración independiente y popular de América latina sólo puede darse entre países independientes y soberanos. Así podrá hacerse realidad el viejo anhelo de unidad de los pueblos latinoamericanos. Y ello exige trasformaciones profundas, estructurales, que los pueblos latinoamericanos sólo podrán alcanzar a través de revoluciones nacionales y democráticas que logren la liberación nacional y social en cada uno de los países de la región. En palabras de la 2º Declaración de la Habana del 4 de febrero de 1962, cuando la Revolución Cubana estaba en curso: la “única, verdadera, irrenunciable independencia”, que aún sigue siendo una tarea pendiente para nuestros pueblos.

Recuadro: 
Contra las maniobras desestabilizadoras en Venezuela