martes, 4 de noviembre de 2014

Otros cuatro años de Dilma ¿qué auguran para el pueblo brasileño?

[Vamos! Nº 40] El PT neodesarrollista se impuso… por poquito. El ajustado triunfo electoral muestra también descontento obrero y popular ante la crisis, el ajuste y la represión.


El domingo 26, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas, muy polarizada entre el Partido de los Trabajadores (PT) y los socialdemócratas del PSDB, la presidenta Dilma Rousseff triunfó sobre Aécio Neves y obtuvo la reelección con el 51% frente al 48% de Neves. Así el PT sumará 16 años en la presidencia, con dos gobiernos del ex presidente Lula Da Silva y luego el actual y el próximo de la propia Dilma.

“Van a perder los planes sociales”
Dado el peso de Brasil en América latina, en estas elecciones se jugaba buena parte del mapa geopolítico regional, especialmente al coincidir con las elecciones bolivianas en las que Evo Morales obtuvo la reelección, las del Uruguay donde el socialdemócrata frenteamplista Tabaré Vásquez ganó pero deberá ir a segunda vuelta dentro de un mes contra la coalición de “blancos” y “colorados”, y las presidenciales argentinas del año próximo que ya están en el horizonte.
Casi como un calco de la línea propagandística del kirchnerismo, el PT presentaró esta segunda ronda como una opción entre dos “modelos”: el “neoliberal” de Neves y el “progresista” de Dilma. Compararon el programa de Neves con “los años ’90” de Fernando Henrique Cardoso (el Menem de la socialdemocracia brasileña) y explicaron el retroceso en votos del PT diciendo que Dilma “fue acorralada por la derecha, los medios y los banqueros”: triquiñuelas retóricas para ocultar la decepción con el gobierno de muchos que venían votando al PT.
También buscan soslayar que los gobiernos de Lula y Dilma –como el de los Kirchner y el de Rafael Correa en Ecuador– son la encarnación de los programas neodesarrollistas que vienen aplicándose en América latina, basados (más allá de su retórica industrialista) en la apelación a la inversión extranjera y la consiguiente desnacionalización del aparato productivo, la creciente asociación estratégica con el imperialismo chino y toma de distancia frente al yanqui, y una acentuada re-primarización de las exportaciones y de la producción en general. Según las palabras del ex presidente Lula: “Nosotros decidimos crear otros bloques. Fue por eso que nosotros no dejamos aprobar el ALCA, fortalecimos el Mercosur, a América Latina, América del Sur, creamos Unasur, establecimos una fuerte relación con África, con Oriente Medio, con China. Porque lo que nosotros queríamos, en verdad, era buscar nuevos socios para que no fuésemos dependientes de Estados Unidos y Europa” (es.brasil247.com, 31/10).
El gobierno “petista” machacó que su potencial derrota a manos de Aécio significaría la vuelta de las tradicionales políticas fondomonetaristas de ajuste, el abandono del eje de alianzas regionales con la Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador, una mayor aproximación a Estados Unidos (cambiando la creciente inclinación petista hacia el lado del imperialismo chino) y el fin de los “planes” sociales.
Es muy probable que de triunfar Aécio Neves, ex gobernador de Minas Gerais, aparentemente más volcado a la alianza con Washington, se acentuaría efectivamente ese tipo de políticas. Pero el gobierno de Dilma, acuciado por las repercusiones sobre el Brasil de la crisis económica mundial iniciada en 2008, empezaron hace ya mucho tiempo a implementar un amplio ajustazo antipopular con recortes al gasto público, flexibilización y precarización de los derechos laborales, y represión a las luchas de los trabajadores. Eso explica la apatía inicial de los sectores populares y la altísima abstención y voto nulo de la primera vuelta.
Pero en la población más pobre del nordeste y de las favelas de las ciudades industriales, finalmente pesó más el miedo a perder los subsidios obtenidos del gobierno del PT. Y en eso jugó un papel decisivo el apoyo de las cúpulas de todas las centrales sindicales: la CUT, Fuerza Sindical y las otras tres, que encarnan un movimiento obrero profundamente dividido (arte en la que Lula y Dilma se especializaron como los Kirchner).

Decepción popular con el PT
Los presidentes latinoamericanos cercanos a la línea del PT –Maduro de Venezuela, Correa de Ecuador y Cristina Kirchner de la Argentina– celebraron el triunfo de Dilma.
La propaganda petista repitió hasta el cansancio sus muletillas electorales: que desde la asunción de Lula en 2003 el PT “sacó a 40 millones de personas de la pobreza”; que bajó el desempleo y disminuyó el hambre; que ahora Brasil es una de las “potencias emergentes”, integrante del grupo BRICS con Rusia, India, China y Sudáfrica, bendecida como máxima receptora de las inversiones chinas en la región…
Mientras tanto, en la década petista en Brasil –como en la Argentina reconoció Cristina– los grandes monopolios industriales y bancarios imperialistas y los nacionales “la juntaron con pala…”. El tan pregonado crecimiento económico fue impulsado por el “viento de cola” internacional: el alza de los precios en los productos primarios exportados por el país y el masivo ingreso de capital extranjero. La baja de la desocupación tuvo como base la precarización y la tercerización. El propio documento de reclamos que la dirigencia sindical entregó a Dilma días antes de la votación admite que la superexplotación obrera fue y es una de las bases del “desarrollo brasileño”, con una semana laboral de más de 40 horas, prohibición por ley de las paritarias en los gremios estatales, amenaza de que toda reducción de la jornada laboral conlleva baja de salarios, etc.
Y así, en el marco de la crisis internacional y de la profunda vulnerabilidad y dependencia del país, el crecimiento se transformó en recesión, la desocupación –pura o disfrazada de vacaciones colectivas o planes de “retiro voluntario” – volvió a crecer, especialmente en la industria automotriz, y la inflación supera ya el 6,5% aguando los salarios.
Dilma no hizo más que asumir y sembró promesas a los cuatro vientos: “relanzar la economía”, impulsar una “reforma política”, “combatir la corrupción”, reducir la inflación…, reconociendo de hecho lo que debido a su propio programa neodesarrollista y en el marco de la crisis mundial tanto Lula como ella no hicieron ni harán.
Se explica entonces la estrechez del triunfo de Dilma y la decepción y desmovilización de buena parte de las masas trabajadoras que votaban al PT. El nuevo período de 4 años de Dilma Rousseff augura grandes luchas obreras y populares para que no sea el pueblo brasileño quien pague la crisis, y por abrir un rumbo verdaderamente popular en la economía y en la política.