jueves, 2 de abril de 2015

En Brasil crece el descontento

[Vamos! Nº 48]  Crisis económica, corrupción oficial, movilizaciones masivas.







Hay que estar atentos a la situación brasileña. La crisis económica se profundiza y se entrama con la crisis política y, tratándose del principal socio económico de la Argentina, todo eso ya está teniendo repercusiones en la situación interna de nuestro país.

Crisis económica
y “manos sucias”

El domingo 15 de marzo, una multitud de cerca de un millón de personas manifestó en San Pablo, la principal ciudad industrial del Brasil, frente al Congreso Nacional y en sus alrededores, protestando por la crisis económica y pidiendo juicio político a la presidenta Dilma Rousseff por el escándalo de desvío de fondos en la petrolera estatal Petrobras.

Con consignas, aplausos, pitos y vuvuzelas, otro medio millón marchó en muchas otras ciudades como la capital Brasilia, Río de Janeiro, Belo Horizonte (estado de Minas Gerais), Salvador (Bahía), Recife (Pernambuco), Fortaleza (Ceará) y Porto Alegre (Río Grande do Sul). En muchas de esas ciudades la jornada se cerró con fuertes cacerolazos en los barrios.

Aunque predominaron más nítidamente sectores de capas medias, la protesta popular fue de hecho continuidad de las de junio de 2013, cuando millones en todo el país se volcaron a las calles contra el aumento de la tarifa del transporte y contra los faraónicos gastos del gobierno de Dilma en el Mundial de Fútbol 2014, contra la masiva corrupción en el gobierno y en el PT, y en reclamo de más presupuesto para la educación y la salud públicas.

La movilización del domingo fue bastante mayor que las del viernes 13, convocadas por sindicatos y movimientos sociales afines al oficialista Partido de los Trabajadores (PT) en apoyo de Dilma y de Petrobras.

La popularidad del gobierno de Dilma cae en picada, especialmente desde que comenzó su segundo mandato en enero, hace apenas tres meses, tras ser reelecta en octubre por un margen de apenas 3%. El destape de la olla de Petrobras, cuyos directivos sobornaron a senadores, diputados y gobernadores del PT durante la campaña electoral de Dilma para manipular licitaciones de obras y poder cobrar sobreprecios, sigue conmocionando al país y derivó en divisiones entre el PT y su principal aliado, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).

La novela de la “corrupción”, además, se entreteje con la crisis económica que se agudiza mes a mes. Según datos del propio gobierno, la economía brasileña cerró 2014 con un crecimiento prácticamente nulo y una fuerte baja de las inversiones y de la producción industrial. Y para el 2015 se prevé una caída del PBI de entre el 0,5% y el 0,8%.

El gobierno de Dilma, a través del ultraliberal y ajustador ministro de Economía, Joaquim Levy, ya está implementando un “ajustazo” presupuestario que hace recaer el peso principal de la crisis sobre los sectores populares. Y promueve una gradual pero constante devaluación de la moneda brasileña –el real− frente al dólar, que le sirve para abaratar las exportaciones pero principalmente para desvalorizar el salario industrial en beneficio de los monopolios brasileños y extranjeros. La depreciación del real a su vez encarece las exportaciones argentinas al Brasil, y abarata y facilita la penetración de productos industriales brasileños en la Argentina, afectando en nuestro país a la industria y por lo tanto la ocupación.

Distintas oligarquías y distintos imperialismos.
¿Y el pueblo?

Dilma prometió tomar “medidas” contra la corrupción y la impunidad. Pura blableta, ya que su partido y sus funcionarios y parlamentarios son los principales promotores y beneficiarios del “petrolão” (como en tiempos de Lula lo fueron de los sobresueldos del “mensalão”). Mientras tanto, igual que lo hace aquí el gobierno de Cristina Kirchner, Dilma moviliza a los intelectuales y teóricos del desarrollismo brasileño para revestirse de un aura “nacionalista” y “explicar” que el descontento y las movilizaciones no son espontáneos sino promovidos por sectores “golpistas” inspirados por Washington, que intenta desestabilizar a los gobiernos “progresistas” de América Latina como lo hace en Venezuela.

Que el imperialismo yanqui trabaja activamente para recuperar posiciones en todo el Cono Sur no es novedad, ya que ha sido relativamente desplazado por sus rivales chinos y rusos, y también por las políticas que en Brasil practicaron Lula y Dilma, como su participación en el grupo BRICS y en la creación de un banco internacional de desarrollo con financiamiento principalmente chino y como alternativa al FMI y al Banco Mundial, y el favorecimiento de intereses petroleros chinos en desmedro de los norteamericanos.

Pero si las movilizaciones sólo fueran producto de maniobras externas ¿por qué el gobierno de Dilma no apela a la movilización masiva del pueblo brasileño para aplastar la “desestabilización golpista”? ¿Por qué las centrales obreras –en su mayoría alineadas con el PT y el gobierno− están prácticamente paralizadas? Lo que no se dice es que la parálisis proviene precisamente de las políticas ajustadoras que el PT viene descargando sobre las masas populares, y que el neodesarrollismo de Lula y Dilma –como aquí el de los Kirchner− no es indicador de un supuesto nacionalismo económico sino de las crecientes “alianzas estratégicas integrales” que vienen tejiendo con imperialismos distintos del yanqui, y particularmente con China. Igual que en la Argentina, en el Brasil el capital chino viene avanzando sin pausa de la mano de las exportaciones sojeras, el petróleo, la minería del hierro y los préstamos.

Distintas organizaciones sociales brasileñas ya planean nuevos actos para el mes que viene. También igual que en la Argentina, será decisivo que los sectores populares vayan hallando caminos independientes antiimperialistas, para que el nuevo auge que se prepara no sea capitalizado por sectores oligárquicos y pro imperialistas opositores enfrentados a los sectores oligárquicos y pro imperialistas hoy gobernantes.