martes, 21 de julio de 2015

La Iglesia para la pobreza

[Vamos! Nº 56]  Gira del Papa Francisco por Latinoamérica. 












Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, no hizo un viaje más a estas tierras. La última vez en Brasil acuñó la famosa frase a los jóvenes “hagan lío”. Esta vez trajo un discurso cargado: cuestionó la “ambición desenfrenada de dinero que gobierna”, se expresó por “un cambio de estructuras”, reclamó por “las famosas tres T” (tierra, techo y trabajo) y pidió perdón “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. El Papa buscó así profundizar su difícil tarea de recuperar el terreno perdido de la Iglesia entre los pueblos, en particular Latinoamérica.

En su intervención en el Encuentro con los Movimientos Populares en Santa Cruz-Bolivia (9/7), el Papa se propuso como tareas poner la economía al servicio del pueblo, unir a los pueblos por la paz y la justicia reafirmando la independencia frente al colonialismo, y defender a la “Madre Tierra”.

Desde algunos medios de comunicación se reprodujo una interpretación de los planteos de Bergoglio sobre la economía como una crítica al “modo de vida” de EEUU (La Nación, 13/7). Sin embargo, la economía basada en la búsqueda de la máxima ganancia hoy rige en todos los países, porque es propia de este sistema capitalista-imperialista. Esto ocurre no sólo en EEUU, sino también en los demás imperialismos como China, Rusia o los europeos, y también en los países oprimidos como los que visitó el Papa.

Y por otro lado, Bergoglio no precisó a qué “cambios de estructura” se refiere. Simplemente con buenas intenciones no se pone “la economía al servicio del pueblo”. El dinero, que calificó como “el estiércol del diablo”, es un medio de este sistema pero no su origen. Una causa fundamental de por qué “las cosas no andan bien” es en realidad la división de la sociedad capitalista en clases y la consiguiente explotación del hombre por el hombre, cuestión que ni siquiera mencionó. Así, sus palabras se limitan a intentar humanizar este capitalismo, lo que es verdaderamente una utopía.

Incomodidad papal

Tanto fervor papal quedó enredado en el llamativo recibimiento que el presidente Evo Morales le dio al Papa Francisco I. El Papa no pudo ocultar su desconcierto cuando Evo le hizo entrega de una réplica de la hoz y el martillo con un Cristo tallada por el jesuita Luis Espinal Camps (9/7). Independientemente de las intenciones que haya tenido Evo Morales, el obsequio introdujo en la gira papal la cuestión del socialismo y su relación con los sectores católicos del pueblo. Su autor jesuita fue parte de la Teología de la Liberación de los ’70 y reivindicó al marxismo. Originario de España y nacionalizado como boliviano, fue asesinado en marzo de 1980 por la dictadura.

El curioso acto desató las más diversas interpretaciones y Bergoglio debió responder insistentes preguntas. Para no desairar al presidente boliviano, aclaró que no tuvo “una particular reacción negativa” al obsequio y terminó respondiendo que “no conocía de esto”.

¿Fin de las ideologías?

Luego, en Paraguay, el Papa Francisco optó por no dejar lugar a dudas sobre su rechazo al marxismo. “Las ideologías terminan mal”, afirmó ante cinco mil personas y agregó: “Fíjense en el siglo pasado en qué terminaron las ideologías: en dictaduras, siempre. Piensan por el pueblo; no dejan pensar al pueblo”.

Al fin de cuentas, desde la “nueva Iglesia” se hacen discursos, se reconocen sufrimientos de los pueblos y se advierte que el mundo va a la guerra, pero a la vez (y como un sopapo en la cara) se señala algo peor a todo eso y que conduce a la dictadura: “las ideologías”. Así, de un plumazo, se pretende desarmar y vaciar a los pueblos arrancándoles lo más digno que puede tener una persona: su ideología. O sea, un conjunto de ideas relacionadas entre sí que las clases explotadas y pueblos oprimidos pueden empuñar como una formidable herramienta para transformar revolucionariamente la realidad. Porque una ideología revolucionaria es imprescindible frente a la ideología dominante que naturaliza la opresión y la explotación.

Entonces, el discurso papal mitiga pero no combate las raíces del mal de la pobreza. Todo lo contrario, se sirve de ella y sobre ella construye la “Iglesia de los pobres”. Denuncia la pobreza, la corrupción y la guerra pero desarma a los pueblos y no los prepara para enfrentar y “hacer lío” contra los que la generan.

Por eso se oculta o tergiversa que hubo gigantescas experiencias en el mundo donde los pueblos conducidos por su Partido de vanguardia (sí, con la ideología marxista, leninista y maoísta) gobernó la tercera parte de la humanidad. Allí se terminó con el imperialismo, el hambre, el analfabetismo, la explotación. Millones decidían qué se producía y cómo se distribuía lo que se producía. Se democratizó la tierra y hubo una verdadera y profunda reforma agraria, donde los obreros y obreras dirigían las fábricas bajo el poder obrero desde el Estado de nuevo tipo. Naturalmente que hubo errores y restauraciones. Pero eso no invalidó esas gigantescas experiencias que confirma la lógica de los pueblos, como afirmaba Mao Tsetung: “luchar, ser derrotados, volver a luchar y así hasta triunfar”.


Religión y revolución

Algunos “revolucionarios” insisten en que “sin los católicos no podremos triunfar”, mientras no separan a las masas católicas oprimidas, de la cúpula y la doctrina de la Iglesia que atrasa y busca amortiguar el choque entre el pueblo explotado y sus explotadores. No la cuestionan y van a la rastra de ella. En este punto se unen con las posiciones trosquizantes que también igualan a las masas católicas con la cúpula eclesiástica, pero para echarlos a todos juntos por la borda.

Los pueblos llegan a la revolución por necesidades, padecimientos y guerras. Millones de católicos, judíos, protestantes, musulmanes y de otras religiones fueron protagonistas a lo largo de la historia y empuñaron las armas contra sus opresores. Porque es la práctica social la que determina la conciencia. Y muchos abrazaron los ideales comunistas porque lo que leían o les llegaba, lo comprobaban en la práctica social de la lucha de clases.